lunes, 28 de septiembre de 2009

Caminar (juntos)

Caminamos, desde hace un tiempo. Juntos, siempre juntos.

Avanzamos, a veces más, a veces menos. Juntos. Siempre.

Hemos decidido hacer una pausa. Un stop. Tomarnos un respiro. Estamos parados en un punto muerto del camino, aunque este compás de espera nos ha servido y nos sirve. Mucho. Más de lo que creíamos.

Es un momento de transición. De despedir, finalmente, todo aquello que tanto daño hizo y, paradójicamente, nos ayudó a crecer. Jamás hubiera imaginado que algún tiempo después iba a “agradecer” lo vivido; iba a reconocer que cada momento amargo que debimos atravesar colaboró a que hoy seamos quienes somos. Juntos, y también separados.

Es un tiempo de aceptación frente a lo sucedido, de reconocimiento del camino transitado, de cada paso dado con tanta penuria por momentos…

Miro hacia atrás y algunas huellas permanecen aún intactas, como si el calor del sol las hubiera eternizado, convertido en tierra el barro, y solo un viento huracanado pudiera borrarlas para siempre. Allí están todavía, como si el tiempo no hubiera pasado.

Pero pasó. Hace casi un año la distancia entre nosotros y la luna se acentúo de golpe; ya había sucedido algo similar ese mayo pasado, pero esta última vez la distancia fue mayor.

Alzamos nuestros brazos, levantamos la vista al cielo… sin suerte, no había rastros de ella… casi casi como sino hubiera estado entre nosotros; como sino hubiera formado parte de nuestros sueños. Y nuestros desvelos.

Ahora, detenidos en este punto del camino, recuperamos fuerzas. Comienza a volvernos el alma al cuerpo. Nuevamente la alegría ocupa espacios que había perdido en nosotros. Y la pausa, que nos pareció injusta y sin sentido, eterna y asfixiante, es nada menos que la luz que enciende aquello que brilla al final del trayecto.

Sé que muchas parejas que atraviesan por lo mismo que nosotros creen que lo malo de este recorrido es no saber dónde termina. Yo diría que lo malo es no saber cuándo termina. Porque la verdad es que el camino ya está trazado, y elegido nuestro compañero de ruta, sólo restar caminar. Hacia delante, siempre. Con la certeza que con cada paso avanzamos. Con la creencia que al final del camino, en nuestro caso, está la luna…

Tal vez el día que lleguemos a ella solo alcance a reprocharle porqué tardó tanto.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Envidia (sana)

Ayer a la tarde llegó una nueva personita al mundo. Una niña. Esperada y deseada por sus papás que, como nosotros, buscaron durante mucho tiempo un hijo.
Ellos, al igual que nosotros, la pasaron feas: intentaron y no pudieron. Y siguieron intentando, pero el "no" llegaba cada mes, puntualmente, marcando -de alguna manera- el fracaso de sus anhelos. Durante esos años, sufrieron. Lloraron. Se preguntaron por qué y se quedaron sin respuestas. Imploraron a Dios, y al cielo. Se atrevieron a creer en todos los santos posibles... sin resultados.

Pese a que el dolor los fortaleció como pareja, por dentro los resquebrajaba de a poco. El tiempo avanzaba un paso, y el sueño de un hijo se adelantaba dos pasos por delante de ellos. Inalcanzable. Siempre inalcanzable.

Y de golpe (aunque no tan de golpe, pasaron unos años) la fe y la ciencia, ahunaron sus esfuerzos: una nena de 3.600 kilos nació ayer a la tarde y el corazón de ese matrimonio desbordó de un amor hasta ese momento, desconocido.

Anoche, mientras me dormía, pensaba en ellos y en la felicidad que deberían estar sientiendo en ese momento. Una felicidad que me genera una envidia sana. Pensaba en la lucha de ayer, y en la recompensa de hoy. Pensaba en el dolor de ayer, y en la alegria de hoy. Pensaba en cuánto habrán llorado ayer, y cuánto se estarán emocionando hoy...

Creo saber -o entender- lo que esa pequeña nena significará en sus vidas. Intuyo el sabor amargo que recordarán por algún tiempo cada vez que alguien hable de "la búsqueda de un bebé".

Esta mañana llamé al papá para felicitarlo. Solamente escuchar su timbre de voz, me emociona. Me emociona su alegría. Y su mayor logro. Me emociona saber que algun día podemos ser nosotros, los emocionados. Los protagonistas del "milagro", porque sin duda, traer una vida al mundo es milagroso.

Pienso que en algun momento de sus historia, ellos estuvieron detenidos en el mismo punto del camino en el que estamos detenidos hoy nosotros. Y que sintieron la misma tristeza que hoy sentimos nosotros. Y que, seguro, los invadieron las mismas dudas y el mismo miedo a no poder. Exactamente el mismo. Y sin embargo, durante la tarde lluviosa de ayer, la distancia entre ellos y la luna ayer terminó de acortarse. Para siempre. Y por siempre.
Y eso... eso me llena de esperanzas!