Caminamos, desde hace un tiempo. Juntos, siempre juntos.Avanzamos, a veces más, a veces menos. Juntos. Siempre.
Hemos decidido hacer una pausa. Un stop. Tomarnos un respiro. Estamos parados en un punto muerto del camino, aunque este compás de espera nos ha servido y nos sirve. Mucho. Más de lo que creíamos.
Es un momento de transición. De despedir, finalmente, todo aquello que tanto daño hizo y, paradójicamente, nos ayudó a crecer. Jamás hubiera imaginado que algún tiempo después iba a “agradecer” lo vivido; iba a reconocer que cada momento amargo que debimos atravesar colaboró a que hoy seamos quienes somos. Juntos, y también separados.
Es un tiempo de aceptación frente a lo sucedido, de reconocimiento del camino transitado, de cada paso dado con tanta penuria por momentos…
Miro hacia atrás y algunas huellas permanecen aún intactas, como si el calor del sol las hubiera eternizado, convertido en tierra el barro, y solo un viento huracanado pudiera borrarlas para siempre. Allí están todavía, como si el tiempo no hubiera pasado.
Pero pasó. Hace casi un año la distancia entre nosotros y la luna se acentúo de golpe; ya había sucedido algo similar ese mayo pasado, pero esta última vez la distancia fue mayor.
Alzamos nuestros brazos, levantamos la vista al cielo… sin suerte, no había rastros de ella… casi casi como sino hubiera estado entre nosotros; como sino hubiera formado parte de nuestros sueños. Y nuestros desvelos.
Ahora, detenidos en este punto del camino, recuperamos fuerzas. Comienza a volvernos el alma al cuerpo. Nuevamente la alegría ocupa espacios que había perdido en nosotros. Y la pausa, que nos pareció injusta y sin sentido, eterna y asfixiante, es nada menos que la luz que enciende aquello que brilla al final del trayecto.
Sé que muchas parejas que atraviesan por lo mismo que nosotros creen que lo malo de este recorrido es no saber dónde termina. Yo diría que lo malo es no saber cuándo termina. Porque la verdad es que el camino ya está trazado, y elegido nuestro compañero de ruta, sólo restar caminar. Hacia delante, siempre. Con la certeza que con cada paso avanzamos. Con la creencia que al final del camino, en nuestro caso, está la luna…
Tal vez el día que lleguemos a ella solo alcance a reprocharle porqué tardó tanto.

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