Entre la tristeza y la alegría hay un paso. Corto. Chiquito. Pero un paso al fin. Y ese trayecto que más de una vez nos resulta imposible de superar, en muchas otras oportunidades es tan corto que lo traspasamos sin ni siquiera darnos cuenta. Y cuando nos damos cuenta, ya estamos del otro lado.Hoy leí algo tan sencillo pero por demás interesante, y sin embargo tan difícil a veces de llevar a cabo: "para ser feliz, sólo hay que ser feliz". Entonces enumeré mentalmente la infinidad de cosas que me hacen feliz. Las repasé, una a una. Y me doy cuenta, que la mayor parte de esas cosas están conmigo. Me acompañan. Forman parte de mi presente.
Y cuando digo "la mayor parte" quiero decir justamente eso. No hay "casi" motivos para que no me sienta una persona plena. Satisfecha, conmigo y con mi vida. Y sin embargo... siempre hay un "pero", chiquito, pero "pero" al fin..
Para algunos, la ausencia de un amor; para otros el trabajo; algunos se sienten (y lo están) solos, y eso los amarga; hay quienes se sienten acompañados por el dinero, pero duermen en soledad noche tras noche. Cada uno encuentra su "pero" a medida, y dificilmente, hasta que esa situación -a veces real a veces imaginaria- no cambie, nada generará esa felicidad que buscamos y ansiamos día a día.
Claro que no se trata sólo de pensar en "positivo" o en "negativo"... tampoco de ver siempre la mitad del vaso lleno... entonces, ¿qué es lo que impide que nos saquemos definitivamente la máscara de la tristeza y empecemos a usar, eternamente, la de la felicidad... pero no por un rato, sino como filosofía; como arma con la que batallamos en los malos momentos, pese a ser malos..?
Creo entender, hoy más que ayer, el dolor de la gente. Es decir, creo comprender y aceptar que la gente sufre no porque quiere, como elección de vida, sino porque realmente el dolor quema y es dificil superarlo. Despojarse de él.
En el fondo empiezo a creer que uno se acostumbra a vivir con el dolor; y con esto no quiero significar que uno viva triste a diario, sino que cuando una situación o una circunstancia nos lástima realmente, quizás nunca deje de hacerlo, sino tal vez cambie el lugar que a ese dolor le vamos a dar en nuestras vidas.
Entiendo que una madre que perdió a un hijo, nunca logre despegarse de ese dolor. Entiendo que ser testigo de la enfermedad que aqueja a alguien a quien amamos, duela y duela. Creo entender que la muerte sorpresiva e inoportuna de alguien para quien la vida le deparaba aún un largo camino es un dolor eterno. Y también entiendo el dolor eterno que genera cuando alguien muy querido nos decepciona en el alma. O cuando la traición nos deja sin aliento y nos atraviesa la garganta conteniendo el llanto.
Me corrigo: entre la tristeza y la alegría, no hay un paso, hay una decisión. Pero hoy más que nunca entiendo que no todos puedan tomarla. Entiendo, que no cualquiera puede cargarse su mochila de dolor al hombro y caminar por la vida luciendo la máscara de la alegría... porque no a todos el dolor les resulta tan liviano, y porque muchos todavia no encontramos en qué rincón de nuestra vida almacenar aquello que nos lastima profundamente.

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