
¿Qué es lo que hace que continuemos pese a todo? ¿Cuál es el resorte que nos impulsa hacia arriba cuando sentimos que tocamos fondo, que más abajo ya no podemos llegar? Si nada en ese momento nos alcanza ni nos resulta suficiente ¿qué es lo que revive dentro nuestro y nos permite salir a ponerle el pecho a la vida con la fuerza de un león herido? Muy herido.
Repasemos: amores que se van, pasiones que se esfuman, amigos que se alejan, sueños que no crecen, gente que se pierde, proyectos que se frustran. Es el momento en el que el peso del dolor cae sobre nosotros con toda su fuerza. Tanta, que creemos que ni físicamente podríamos sostener ese adoquin de tristeza.
Llorar, una constante. Dejarnos caer sobre la cama, nuestro refugio. Y rezar. Rezar de veras, para que sea allí, sobre las sábanas, donde se nos pase el tiempo. Se apaga el teléfono, se bajan las persianas, nos miramos al espejo y no logramos reconocernos. No queremos hacerlo.
Yo recuerdo muchos de esos momentos. Los atesoro, porque pese a la crueldad, forman parte de mi vida. Y los valoro, porque sin duda, ayudaron a moldear la mujer que soy.
Claro que a cuatro manos es más fácil. Que cuando la vida arrasa, no arrasa tanto si del otro lado de la cama, te sostiene la mano tu compañero, esa otra mitad con la que nos cruzó el destino. Juntos, no duele tanto. Juntos, casi no duele.
Entonces, de repente, en el peor de los momentos, surgen todas aquellas cosas que nos secuestran del infierno y nos devuelven a la VIDA. Esas cosas que se convierten en los resortes que nos impulsan y enfrentan a lo verdadero; a lo valedero.
Para algunos será la llamada de un amigo que siempre salva del desconsuelo. Para otros, la llegada de un amor repentino, ese que no se espera pero que alcanza el corazón con la fuerza de una flecha lanzada por Cupido. Otros encontramos VIDA en el abrazo de mamá o en ese mensajito en el celular que llega de la mano de alguien inesperado que nos escribe para consolarnos porque le hace mal vernos mal.
VIDA es la mano de mi sobrina sosteniendo mi mano para aprender a caminar, o el sonido de sus carcajadas y el balbuceo de sus primeras palabras. VIDA es la felicidad de todos a quienes amo, de los míos, que son tan míos. VIDA son mis amigos, como ya dije, esos hermanos con quienes no necesito tatuajes, ni promesas eternas, ni secretos bajo cuatro llaves, simplemente la certeza que nos tenemos. Para siempre.
VIDA es mirar a mi abuela y agradecer a Dios por regalarme su compañía durante tantos años, y ver crecer sana a mi hermana; y también VIDA es una cena con amigos y unos mates dulces a la madrugada...
Esos son los motivos que me levantan de la cama y me arrancan la tristeza de la mirada. Pese al paso de los meses y el hijo que no llega; pese a la incertidumbre que invade (“¿seremos papás algún día?”); pese a los años que nos corren sin piedad y los sueños que no fueron como los soñamos.
De mis resortes me aferro. Convencida de que es la única forma de seguir adelante. Segura que los motivos que me ayudan a resurgir de mis propias cenizas y a vivir lejos del infierno, me acercan a la luna. Que es una manera de sentirme más cerca tuya, hijo.
Por ahora hijo de mis sueños, hoy más que nunca, entre vos y yo, la luna.
Repasemos: amores que se van, pasiones que se esfuman, amigos que se alejan, sueños que no crecen, gente que se pierde, proyectos que se frustran. Es el momento en el que el peso del dolor cae sobre nosotros con toda su fuerza. Tanta, que creemos que ni físicamente podríamos sostener ese adoquin de tristeza.
Llorar, una constante. Dejarnos caer sobre la cama, nuestro refugio. Y rezar. Rezar de veras, para que sea allí, sobre las sábanas, donde se nos pase el tiempo. Se apaga el teléfono, se bajan las persianas, nos miramos al espejo y no logramos reconocernos. No queremos hacerlo.
Yo recuerdo muchos de esos momentos. Los atesoro, porque pese a la crueldad, forman parte de mi vida. Y los valoro, porque sin duda, ayudaron a moldear la mujer que soy.
Claro que a cuatro manos es más fácil. Que cuando la vida arrasa, no arrasa tanto si del otro lado de la cama, te sostiene la mano tu compañero, esa otra mitad con la que nos cruzó el destino. Juntos, no duele tanto. Juntos, casi no duele.
Entonces, de repente, en el peor de los momentos, surgen todas aquellas cosas que nos secuestran del infierno y nos devuelven a la VIDA. Esas cosas que se convierten en los resortes que nos impulsan y enfrentan a lo verdadero; a lo valedero.
Para algunos será la llamada de un amigo que siempre salva del desconsuelo. Para otros, la llegada de un amor repentino, ese que no se espera pero que alcanza el corazón con la fuerza de una flecha lanzada por Cupido. Otros encontramos VIDA en el abrazo de mamá o en ese mensajito en el celular que llega de la mano de alguien inesperado que nos escribe para consolarnos porque le hace mal vernos mal.
VIDA es la mano de mi sobrina sosteniendo mi mano para aprender a caminar, o el sonido de sus carcajadas y el balbuceo de sus primeras palabras. VIDA es la felicidad de todos a quienes amo, de los míos, que son tan míos. VIDA son mis amigos, como ya dije, esos hermanos con quienes no necesito tatuajes, ni promesas eternas, ni secretos bajo cuatro llaves, simplemente la certeza que nos tenemos. Para siempre.
VIDA es mirar a mi abuela y agradecer a Dios por regalarme su compañía durante tantos años, y ver crecer sana a mi hermana; y también VIDA es una cena con amigos y unos mates dulces a la madrugada...
Esos son los motivos que me levantan de la cama y me arrancan la tristeza de la mirada. Pese al paso de los meses y el hijo que no llega; pese a la incertidumbre que invade (“¿seremos papás algún día?”); pese a los años que nos corren sin piedad y los sueños que no fueron como los soñamos.
De mis resortes me aferro. Convencida de que es la única forma de seguir adelante. Segura que los motivos que me ayudan a resurgir de mis propias cenizas y a vivir lejos del infierno, me acercan a la luna. Que es una manera de sentirme más cerca tuya, hijo.
Por ahora hijo de mis sueños, hoy más que nunca, entre vos y yo, la luna.


