lunes, 20 de julio de 2009

Amigos, queridos...

Vengo transitando este largo y sinuoso camino, acompañada. En primer lugar, por mi hombre, ese milagro con el que me cruzó el destino. Después, claro, por la familia, nuestros seres más cercanos; y finalmente, por los amigos.
Y es acá donde hoy quiero detenerme: en mis amigos, que son ni más ni menos, que esos hermanos que me regaló la vida, y que hacen fuerza para que mis deseos se cumplan; que me incluyen en sus oraciones; que se preocupan por mi tristeza y que también ríen al ritmo de mi risa.
Y cuando hablo de amigos, no hablo de cientos; ni siquiera de diez, tal vez, tampoco de cinco. Hablo de unos pocos, poquísimos, a los que puedo contar y sólo los dedos de una mano me alcanzan… porque así como tuve amores y tuve amigos, de ambos conservo los mejores. Y son los mejores.
Y quiero que sepan que por ellos, estos dos años se hicieron más cortos; que con ellos, los malos momentos se me pasaron más rápido y gracias a ellos, los malos recuerdos se convirtieron en sólo recuerdos.
GRACIAS a mis pocos -pero elegidos- amigos. Por las llamadas telefónicas, pese a los kilómetros de distancia y aquel respaldo cuando las amistades disfrazadas mostraron sus verdaderas caras; y más acá, GRACIAS por el chateo diario que no es más que una forma moderna de sentirse acompañada, y por aquel ramito de fresias aquella tarde de octubre, que por un ratito nomás me ayudó a olvidar esa tristeza que llevaba en el alma… y GRACIAS por acompañar nuestra mesa cada jueves, demostrándonos que los amigos no sólo tienen que ser aquellos que conocemos desde la infancia.
Y también decirle GRACIAS a mi amiga y confesarle que no es la más fría, que a mí también me cuesta decirle que la quiero… pero cuánto la quiero. Y que GRACIAS por ser testigo de aquel amor que sellamos un 17 de febrero; y GRACIAS por contenerme la tarde en que llorando fui a su casa, cuando sentí que el mundo se me venía encima; y que GRACIAS por alegrarse con mis alegrías, aunque algunas duraron poco y por ansiar tanto como yo la llegada de sus sobrinos, mis hijos.
Y quiero decirle GRACIAS simplemente porque sé que está. Sin tatuajes de por medio, sino incondicionalmente. Aunque pensemos distinto. Más allá de las diferencias. Pese a los dolores que tantas noches nos rajan el alma… aunque hoy quiero augurarle, que lo mejor está por venir; que en cualquier momento la vida baraja y da de nuevo. Y entonces, será nuestro turno…
Treinta años de amistad es mucho tiempo. Es una vida. Es un sinfín de recuerdos y de momentos compartidos; es un ver pasar gente que estuvo en nuestras vidas, y hoy ya no está, probándonos que el tiempo pasa pero que ciertas cosas nunca cambian. Y nuestra amistad está intacta.
Dicen que se precisa un amigo para no enloquecer, para contar lo que se vio de bello y de triste durante el día, de los anhelos y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad. Dicen, que se precisa un amigo para dejar de llorar; para no vivir de cara al pasado, en busca de memorias perdidas. Pero fundamentalmente para que nos palmee los hombros, sonriendo, llorando, llamándonos amigo, y creándonos la conciencia de que aún estamos vivos.

3 comentarios:

  1. muchas gracias a vos tambien amiga! te quiero mucho, y te extraño...
    Mariana

    ResponderEliminar
  2. GRACIAS!! gracias por tus palabras (que logran emocionarme y hacerme llorar!!...y eso que SI, soy un poco fría...)
    GRACIAS!! por la compañia, desde San Ponciano, pasando por Coyote y LPRC, hasta hoy...
    GRACIAS!! por seguir compartiendo la vida conmigo, lo bueno, lo malo, lo que nos une desde que somos muyyyyyyyy chiquitas...
    TE QUIERO MUCHO!!

    ResponderEliminar